Tenía quistes. Quistes por todo el cuerpo. Por dentro, claro. Poliquistosis familiar le habían dicho. Sus padres estaban muertos y lo único que le habían dejado eran un par de deudas que le hacían trabajar como un cabrón de sol a sol. Y quistes. Muchos quistes.
Si mirabas una radiografía, de cualquier parte de su cuerpo no veías más que burbujas. Parecía que un niño muy muy pequeño, diminuto, se había colado por una de sus fosas nasales con un botecito de esos llenos de Fairy, y se había puesto a soplar y a soplar. Esferas de diferentes tamaños, como puños, como ojos, como cabezas de alfiler , de paredes finas y nítidas e interior transparente.
A ella le encantaba lamerle los dedos, los labios, el cuello, el sexo, la punta de la nariz. Le quería a rabiar. A morir. A matar.
Dónde coño le iba a caber a él tanto amor, si no estuviese lleno de cajones de carne.
Todos los días, de sol a sol, le daba las gracias a sus padres.
Si mirabas una radiografía, de cualquier parte de su cuerpo no veías más que burbujas. Parecía que un niño muy muy pequeño, diminuto, se había colado por una de sus fosas nasales con un botecito de esos llenos de Fairy, y se había puesto a soplar y a soplar. Esferas de diferentes tamaños, como puños, como ojos, como cabezas de alfiler
A ella le encantaba lamerle los dedos, los labios, el cuello, el sexo, la punta de la nariz. Le quería a rabiar. A morir. A matar.
Dónde coño le iba a caber a él tanto amor, si no estuviese lleno de cajones de carne.
Todos los días, de sol a sol, le daba las gracias a sus padres.