En estos tiempos miserables en los que nuestra memoria
es la memoria de los peces,
esos peces, con esa memoria
que nada en diminutos cerebros que nadan en agua y mierda,
a partes iguales,
sólo nos queda creer en el amor.
Y tú me dirás,
amor,
que para creer con tanta fuerza que se nos caiga el pelo,
hasta el pelo áspero que nos enraiza el pubis,
que para que quedemos tan desérticos como el hábitat que rodea a una bomba nuclear,
y después, como pez que nada en mierda,
a los tres
putos
segundos
se nos olvide,
no merece la pena.
Menos mal que te diré
que la pena es no revolcarnos en los ojos de los peces,
o en el aceite hirviendo del McDonald's las 24 horas del dia,
o en cualquier cosa que te haga gritar como cuando te corres,
o como cuando después de contar hasta tres,
grito yo,
mirando el segundero.