Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

04 mayo 2011

TREINTA CÍNIFES


El día que le conocí volví descalza a casa y acribillada. Quizá debí haberle hecho antes uno de esos test psicológicos que muestran el porcentaje de psicopatía, histrionismo, depresión o salud mental. Pero me entretuve en sus ojos. Eran exactamente igual que el laberinto del Resplandor. Verdes, infinitos y con una banda sonora que te vuelve completamente loca.
Después todo lo sectario.
Los ritos, las pieles de animales, los animales sin piel, una lengua nueva, la sed. Toda la sed, y la felicidad. Con mayúsculas. El hecho de que supiese hacer magdalenas de zanahoria con azúcar moreno y que me susurrase cuentos antes de dormir no hizo más que ayudarme a dar el primer paso. Mi bautizo fue en un afluente del río a su paso por la ciudad interior. Desnuda, notaba cómo los pequeños peces pasaban rozando mis muslos, con el lomo tan plateado que Judas me hubiese vendido por un par de ellos. Después me tumbó en la hierba y comenzó mi iniciación. Mientras me besaba en los labios, treinta cínifes se posaban en distintos lugares de la capa más superficial de mi piel. Con la libertad absoluta que les daban sus alas y la ausencia de vello. Después todos a la vez intercambiaban su veneno por una gota de sangre. Era como una descarga eléctrica de bajo voltaje, un híbrido de dolor y placer. El equilibrio absoluto entre creación y destrucción. Cuando terminó de besarme los cínifes levantaron el vuelo.

Yo nunca imaginé que se podía estar descalza tan cerca del cielo.
Tú sólo tienes toda una vida para no enseñarme el camino de vuelta.






Felicidades...