Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

22 julio 2007

LAS DAMAS PRIMERO


La bombilla del baño agonizaba en código Morse. Parpadeaba a ritmo de marcapasos a punto de explotar, intercalando luz ictérica y tinieblas sobre la piel de mis hombros.
El suelo estaba helado y hambriento y el lavabo me lanzaba miradas asesinas y alaridos por la presión que ejercían mis manos en su boca.
La cuchilla tenía voz propia y unos labios rojos sonreían de manera intermitente al otro lado del espejo.
Unos ojos negros, en busca y captura, amenazando el infinito...
La cuchilla tarareaba una nana que me inundaba los oídos.
Los labios cínicos eran sólo marionetas con hilos cosidos a las comisuras.
El metal se colocó entre mis dedos, y hablaron el mismo idioma...
-¿Donde?
-En la izquierda.
Un hilo de sangre dibujó lagunas en el suelo.
El techo me miró en horizontal.
La bombilla expiró su último aliento y me dejó pasar diciendo:
Las damas primero...

15 julio 2007

PUZZLE



A ratos se contraen los hilos
que atraviesan los tejidos
de piel viva en mi cintura.
A ratos mi caricatura
flota encima del colchón.
A ratos carne de cañón,
vendiendo verso o beso,
con lengua de contrabando.
Doble fondo en el cajón
de los sueños raros.
A ratos huelo a café,
y no llevo nada debajo.
A ratos descolocada
como una pieza de puzzle barato.
A ratos sístole y touché,
diástole y labio de trapo,
sangre potable, sílaba rota,
vivo deseo, muerto de infarto.
A ratos desorientada
como una pieza de puzzle barato.

Fotografía de Aitor Martín
A Aitor por los cafés con Baileys,
por los kilos de paciencia,
por lo mucho que me muevo...
porque es un placer posar contigo.


07 julio 2007

LO HICE


Podría haber vuelto desnuda a casa.
La avenida estaba tan sofocantemente desierta que los únicos ojos perdidos en mi espalda eran los de las farolas. Su luz anaranjada jugaba al claroscuro desbordando los recovecos que dibujaban mis clavículas, al aire, gracias a un vestido vacío de tirantes. Un vestido de largura regulable, de cuarto menguante que había llegado al límite de la palabra muslo, al inicio de la palabra multa. Un vestido con el bajo cosido a la carótida interna.
Podría haber vuelto desnuda a casa porque a esas horas de la madrugada las almas duermen con nocturnidad y alevosía, pero solo me quité los tacones y las ganas.
La acera templada era una especie de antídoto para el dolor de pies y el de ombligo insatisfecho...
El termómetro de la esquina dijo 29, yo le contesté:” No gracias, ya tengo…”
El cielo tenía un color extraño, hipnotizante, dictador, que me obligaba a ir cada vez más lento, posando las pupilas en el arte abstracto de las nubes, que tanto me excita… en las hojas de los árboles y su danza inquietante, adictiva…
Un mechón me hacía cosquillas en la nuca, me sisaba esa marca de sonrisa que monopolizaste hace doscientos días, y que ya no está en el mercado, por tu afición a poner fecha caducidad a los orgasmos.
Podría haberle dado mi verdadero número de teléfono al tipo de aquel bar, después del largo rato que pasaron sus labios escondidos entre los músculos de mi cuello, pero no quise...
Y habría vuelto a casa acompañada, pero no quiero...

Porque me gusta demasiado el decorado… ser la protagonista de una escena típica de película mala de terror americano, en la que la chica vuelve sola a casa enseñando más trozo de pierna de la exigida por el guión, (que no por el guionista), esa escena en la que se oyen pasos, ella mira hacia atrás, sale el monstruo y se la come. O la protagonista de una buena película española, en la que aparecería un tipo con mirada diferente, fumando un cigarrillo, se acercaría y me diría dos líneas hablando de Freud y siete de Dalí que desencadenarían gemidos el resto de la noche en alguna habitación de hotel, con desayuno incluido de trozos de piel, y mermelada de melocotón, con un mensaje de pintalabios en el espejo del baño y salida furtiva de puntillas por mi parte, sin que se despierte el tipo que envió Almodóvar...
Podría haber vuelto desnuda a casa, de hecho, lo hice...