Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

04 mayo 2013

Treinta y dos torres de Manhattan


Corría. Se podría decir que se pasaba la vida corriendo, corriéndose. De un lado para otro. Como esos animales que buscan en la velocidad la libertad, mientras les brilla el pelo, despeinado por el aire, y entonces sus músculos, duros como piedras, se deslizan ágiles y engranados, como suizos puntuales.
A mi me encantaba mirarlo. Siempre a la misma hora me asomaba a la ventana y veía cómo se escapaba del mundo y cómo volvía a él cuarenta o cincuenta minutos después impregnado de sudor espacial.
Un par de asteroides en los bolsillos, un trago de la vía láctea y de paso bajaba de dos o tres árboles a dos o tres gatos a los que les engañó la vista.
Nadie en el vecindario sabía que era un superhéroe. Pero quien puede imaginar que hoy en día visten más de decahtlon que de capa y cabina.
Luego estaba lo de su trabajo tapadera, los ojos verde eléctrico y la paz en la ciudad: morían tres asesinos a la semana y dejaban sin blanca a diez políticos al día.

El día que desmanteló mi red de tráfico de drogas era plena primavera. Mi distribuidor me había mandado quinientos kilos de la más pura desde Bangkok. Llevaba dos años y medio preparando el movimiento y poniéndome en contacto con pequeños vendedores. Durante la entrega, en el puerto, salió un rayo verde de sus ojos y la explosión fue tal, que una nube blanca y plateada flotó por el cielo de toda la ciudad. Supongo que me habría matado después de no ser por el efecto de la droga en su organismo celestial. Un millón y medio de habitantes estuvo tres días haciendo el amor por todas partes, allí donde la nube les había encontrado. Desperdigados como virutas de chocolate y felices como los niños que se las comen. Al tercer día estaba tan manchado de mí que no pudo matarme. Pasamos el mono desnudos en una bañera gigante en el centro de Manhattan, mordiendo manzanas y planeando cómo salvar el mundo otra vez.


Felicidades, superhéroe...