Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

24 noviembre 2008

HÉROES

Y resulta que las horas pasaban lentas. Tan lentas como quería que pasase cualquiera de esos días en los que no tenía nada más que hacer que desayunarme la mañana en labios verdes o frotar el envés de la piel de la razón contra los ventrículos abiertos de las colchas blancas y negras de Ikea. Y creo que sí, que las horas pasaban tan lentas en los pasillos infectados de desinfección como las lenguas de la mayoría de los animales vivíparos sobre el pelo recién nacido de sus crías. Y no quiero decir, para nada, que no fuese una sensación subjetiva, y tampoco que los relojes de arena que tengo en las axilas no siguieran las horas puntas de otro meridiano más cerca del cerco del horizonte de los días sin otoño, o de los de apellido Auto-res. Pero las horas pasaban demasiado lentas, tanto que me hacían escurrir en los ojos las cortinas. Y ahí es donde aparecía él. Sí, él. Él estaba sentado sobre su colcha de Ikea y me miraba. Me miraba mientras yo me recogía el pelo frente al espejo de su armario blanco. Como una palabra de autodefinido que se queda inmóvil, ya colocada, mirando el cuadrado negro que tiene enfrente, uno de esos agujeros negros que para las palabras de los autodefinidos deben ser como la materialización de lo desconocido. Pero la cuestión es que él me miró y me dijo que estaba guapa. O mona. O algo así. Quiero decir, una de esas cosas que se dicen, que en realidad no sé si quieren decir algo o son simplemente un beso solidificado. Así que me acerqué y le besé. Y entonces, mientras yo volvía al espejo él comenzó a leerme un fragmento de Héroes, de Ray Loriga. Un libro morado, con una fina franja color hierba en la contraportada, y en la portada uno de esos tipos a los que me follaría un día cualquiera sin amor. Porque para eso del amor ya estaba él. Bueno, y para follar también. La cuestión es que empezó a leer algo que un par de días después leería yo sola a bastantes kilómetros de distancia de su colcha de Ikea y de las ganas de parar el tiempo. Porque al fin y al cabo la cuestión sigue siendo que las horas pasaban tan lentas, que el único remedio para no clavarme en el colon los minutos de descuento era dejar correr diapositivas en las que me veía amando(le) sobre una colcha de Ikea mientras Ray Loriga se follaba desde la estantería a la envidia en contraportada.

17 noviembre 2008

CUENTA, CUENTA...

A la vuelta de la vuelta
de la vuelta de la esquina
junto a aquella marquesina
donde compras carne abierta
entre mis piernas y poesía
A la vuelta hay una cuerda
que sujeta el horizonte
a una estantería vieja,
un polizón perdido en caldo,
y creo que te debo algo...
Cuenta, cuenta con las muelas
porque si Dios son los padres
y los reyes los amantes
yo debo ser el demonio
y el infierno el baño de los bares
Y a la vuelta de mi vuelta
Poseidón en su pecera
Acércame el cerebro
lo he dejado en la mesilla
y recuperar tus dedos
lo siento, misión suicida
Y la vuelta santa Rita, Rita, Rita
tu alma en papel de regalo
no sabe lo que es el frío
quien no te ha dormido al lado
Y a la vuelta de la cuenta
cuenta que te debo algo
Cuenta,cuenta con las muelas
porque si Dios son los padres
y los reyes los amantes
yo debo ser el demonio
y el infierno el baño de los bares,
y el infierno todo lo que no sea, cielo
no estar dentro del reflejo de tu aliento


10 noviembre 2008

ESTOCOLMO

No recuerdo cómo he llegado aquí. Lo último que bebí fue un trago de té americano y ahora estoy desnuda y me tiemblan las manos. Tirada, mirando la bóveda del techo. Desnuda. Y no recuerdo cómo he llegado aquí ni cuantas horas han pasado.
La moqueta húmeda del suelo, húmeda como las manos tristes de una madre, me enrojece la piel de la espalda. Me arrodillo. La cabeza entre las piernas. El desnudo balanceo no es salida de emergencia. La entrada emergente a la salida. Salirme de la entrada sumergida. Deliro. Grito. Deliro. Y caminar vestida de piel propia nunca fue del todo un problema. Me incorporo. Me incorporo tocando con las yemas de los dedos la pared empapelada de este lugar sin ventanas. Con pequeños ojos de buey que riegan con luz carmesí y máximos caudales el completo de la estancia. Y sin ventanas.
Camino. Entro. Desemboco. Salgo. Boca a boca. Deliro.
Hay cuatro habitaciones separadas por tabiques, comunicados dos a dos. No se cómo he llegado aquí. ¡No se cómo coño he llegado aquí!
Los gritos se convierten en eco cuando chupan el esqueleto a las bóvedas del techo. He marcado con números y uñas el marco de las puertas para no volverme loca. Loca. Loca. ¿Por qué estoy desnuda?
Las habitaciones noreste y noroeste tienen curvas las esquinas, y no se comunican. La sureste y suroeste forman dos triángulos de suelo y se visten de gruesas paredes. No sé. No sé cómo he llegado aquí. Y la luz sigue siendo carmesí, cálida, como la lengua del infierno. Y ya no me importa poner de bandera a la aorta en el escalón máximo de la falta de vergüenza. Y camino. Y miro y sigo. Y digo. Y no. Y pienso y deliro. Y abro cajones al noreste llenos de champagne, donde nadan cientos de caballos negros de mar hablando de burbujas. Miles de mapas de carretera esparcidos por el suelo del sureste, el papel de fumar de las paredes, llenas de historias para no dormir y verse, periódicos universitarios esparcidos por varias de las grietas de los meses. Armarios al noroeste con miles de corbatas, suaves como manos de pianistas neonatales. Y yo, no sé cómo, temblando, he llegado aquí. Y vuelvo a la noroeste, que me lleva a la suroeste donde hay, en el centro, una mesa de roble con un sobre cerrado con lacre y una vela a medias consumida. Y la inexistencia de huellas en la roja y húmeda moqueta. Hay restos de fruta y un sobre sobre la mesa, y ponga dentro lo que ponga, escúchame bien, ponga dentro lo que ponga, no sé cómo he llegado aquí, pero vas a tener que latir jodidamente fuerte para que saque mi cuerpo del tuyo.

07 noviembre 2008

¿NOS CRUZAS?


Este domingo a las 7 de la tarde
(hora punta de dioses y demonios)
en el MalaBar
(calle del Granero, junto a la Plaza del Oeste)
(Salamanca)
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Pd: abstenerse cuerdos patológicos, personas con bypass, criadores de tomates con colmillos, almas fácilmente impresionables, cerebros políticamente correctos, ojos, oídos y lenguas con sentido del pudor, o niveles bajos en sangre del caldo de la desvergüenza...

03 noviembre 2008

EL GRITO DE LOS VIVOS

Supongo que si aquel bar de Lavapies hubiese estado más lleno cuando estrené el abrecartas que robó Markus para mí de aquel museo inglés, alguien habría escuchado, saliendo del baño de mujeres, los gritos del tipo que se retorcía entre mis brazos, y entonces el camarero habría llamado a la policía. Pero no fue así, y mientras la sangre iba sobrepasando los pliegues de su camisa, como un corredor de obstáculos exhausto ante las últimas vallas, yo, que también llevaba camisa, solo podía pensar en que el color de la escobilla del váter era perfecto. Por eso cuando le dejé sentado en el suelo y me empecé a pintar los labios frente al espejo, tampoco podía dejar sonreír y agradecer a algún dios de la mitología griega, que no sobrase nadie al otro lado de la pared, y que la burbuja acústica que formaba la poesía de las voces de Alan y Markus, insonorizara la distancia entre mis huesos y las ruinas de Carabanchel.
Pero siempre hay una gota que salta, o un fallo de cálculo en la velocidad del fluido en el aire, por eso suelo llevar conmigo un broche, que vuela imperdible sobre mi ropa de gota a gota roja. Después basta con lavarla a mano con agua oxigenada. Markus ese truco no lo sabía. Es de las pocas cosas que puedo enseñarle después de haber pasado con él días enteros desnuda.
Cuando nos alejamos de allí pensé que la primera vez que matas a alguien resulta casi tan excitante como la primera vez que gritas en la parte del medio de un coche. En un coche en general, vamos. Y tan peculiar como la primera vez que saltas al hipódromo y te subes al caballo número 7 mientras en tu cabeza, o en la de un par contando con la tuya, suena la pista número 5 de aquel disco, siendo únicamente el personal de seguridad quien piensa que ha terminado la partida. La primera vez que matas a alguien, es mejor que no sea de quien estás enamorado.
Al llegar a casa vivos, Markus y yo, hicimos el amor.
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A Teresa, María e Iván,
por estar allí, sentados
a la izquierda de mi izquierda.
A David, por su corbata,
su miedito y sus bestiales
quince lámparas de araña.
Y a Roberto por el aire,
la calle de la Esgrima,
los días con errata
y todo lo demás.
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26-11-08