Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

29 septiembre 2008

AMÉN, HIERBABUENA

La Vega respira en el pulmón del Cañón del Colorado mientras descienden en mi lengua, cermeña, los adoquines de piedra de la calle Corredera. Y el servicio secreto me comenta, que en la zeta, Santa Clara y sus cafés-escaparate se disfrazan de Dublín al son de las flexiones inspiratorias del esqueleto de un viejo acordeón, rojo y ajado.
Como antes yo.
Como otro mundo en un cajón civilizado.
Y los suicidas, esos locos que viven en Suiza.
Mientras, las púas de un erizo que se volatiliza, quedan a las dos para hacer el amor en el centro de la tierra. Y dormirte el alma nunca fue, del todo, mala condena.
En la radio, advierten del peligro de unos dedos bajo un vestido negro, a plena luz del día, en un monumento de piedra amarilla. Guante blanco y aliento blando si el tiempo nos da una tregua. O si a mi me da la gana.
A ciento veinte de peor convencional, en un baño de baches que remueven las ganas de follarte con amor. O de amarte sin follarte.
Y el polvo amontonado sobre las aspas del ventilador nos recuerda el cambio de itinerario del sol y sus siervos. Y la señal de obligación de escaparse del mundo, siguiendo a galope a uno de esos ciervos, que cruzan en el rojo del asfalto el verde de la hierba.
Y con este van siete dedos de ron y otros siete de limón. Un puñado de hielo picado con las muelas contra el suelo, en honor al dios del Iceberg. Azúcar moreno en el fondo de mi fondo y disuelto en el rubor disimulado del borde altivo de un vaso afilado.
Y la hoja de hierbabuena, copiándote el olor, un nuevo vicio, o una nueva religión.

22 septiembre 2008

HIROSHIMA

Quizá por haber presenciado algún que otro fin del mundo años atrás, forró las paredes de su corazón, extendiendo suavemente con las yemas de los dedos, como si fuese plastilina verde, una fina capa de Nobel 808, que no es más que aquel explosivo que los británicos crearon, con olor a almendras, bastante antes de la Segunda Guerra Mundial. Fue entonces cuando el señor que estaba sentado a su derecha comenzó a rezar un rosario frenéticamente, aferrándose a las pequeñas piedras de ámbar como se aferra el no tan recién nacido a la calidez innata del pecho femenino.
Ella caminaba arrastrando su maleta roja y media sonrisa, pensando que a estas alturas de septiembre, ni siquiera la crisis de los pobres mortales le había impedido pasar unas vacaciones en el epicentro del hombre que la esperaba apoyado en la pared.
Y como quien cree gozar de la posesión absoluta de la piel de los kamikazes, caminaron encajando sus pasos y el envés de sus retinas como sólo lo supo hacer el inventor del primer puzzle de la historia.
Y la conciencia de fin fue cristalizando por toda la ciudad, en forma de piernas en los bares de Horlaleza, de hojas en las vías del metro, de fresas en un plato negro, de mi dedo índice en el espesor de su barba. Cuando el cielo empezó a deshacerse en granizo de sudor, él la llevó a su habitación para comenzar el ritual apocalíptico que rezan casi todas las escrituras en braile. Y allí citaron desnudos a Ana Rossetti, adoraron al dios de los collares, al zócalo blanco y a las paredes autodefinidas de un armario.
El corazón de ella explotó mientras hacía el amor sobre la cama, la silla y la mesa y el de él, por inducción, mientras practicaba el sexo sobre la mesa, la silla y la cama. La habitación se volvió del color Hiroshima y cuando llegaron los bomberos, en el suelo sólo quedaban vivos siete puñados de almendras y un carcaj de madera, que dicen que es dónde bebieron la sangre del alma gemela que cazaron en su última cena
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08 septiembre 2008

QUIÉN SABE...


A veces, se pintaba

con luces de ojos

bebiéndose el fresco

de un patio de sombras.


Y a veces, extraía

gotas de sangre verde

del corazón de los tomates.

Dicen, (nadie), que

para desaprender a jugar

al desamor convencional (o nacional)

abrazada en sentido contrario,

a sus cartas de WhiteJack.

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¿O era al revés?