Porque hay a quien le gusta el olor reciente de un café cortado. Porque hay quien grita "touché!" cuando se encuentra una mirada diferente. Porque cruzar en rojo da la vida y con los ojos cerrados se llega antes a ese otro lado adictivo, furtivo y agridulce. Porque las entrelineas guardan los secretos y ayudan a imaginar. Bienvenidos, pasen y lean...

09 marzo 2009

EL HOMBRE DEL FARO

El hombre del faro copió en sus ojos el color que el mar tiene cuando acaricia a los peces, por eso siempre que mira algo, extiende una fina capa de salitre, que sería casi imperceptible si nadie posase el dorso de la lengua sobre ella, como una mariposa. El hombre del faro sube cada mañana noventa escalones con forma de caracol para dar los buenos días a la marea baja, y limpia con un paño blanco el gigante cristal que guarda al foco su reflectante cara. Tiene en la tez dorada arrugas, que forman los lazos de las rutas que llevan al Mar Caspio. El color de su barba es castaño, como un campo bañado en nuez moscada, y sus manos ásperas de tanto jugar a las escamas. Cena cada noche pescado, hecho a fuego lento a los pies del faro, cuando éste está apagado y lo único que alumbra son las almas que hablan con las llamas y los millones de estrellas que observan desde el cielo el sublime ritual. Viste colores claros y telas frescas que al aire ondean con orgullo el descuido masculino y sus sábanas tienen aroma a resaca dulce y bebé de ballena. Guarda en un baúl entero de madera los tesoros de dos millones de vidas. Cartas amarillentas y carcomidas por los bordes, que relee cada vez que le entra hambre de carne, tinta china y seda. Una pluma tallada en ébano, que trajo de Sri Lanka en uno de sus viajes, y con la que le escribía cartas amarillentas y carcomidas por los bordes a una mujer de labios rojos y vestidos cortos. Y una caja de cartón llena de monedas de todos los rincones del mundo, menos aquel rincón danés que se llevó en la boca la aquella mujer cambiado por sus bragas. El baúl tiene un candado de cobre roído porque siempre pensó que los pulpos hablaban latín y resolvían ecuaciones y la puerta del faro el hueco del tamaño de unas caderas, porque siempre pensó que alguien volvería reclamando unas bragas y el resto de una vida mecida por las olas.

7 comentarios:

Miguel Ángel Pegarz dijo...

me encantó. Cuantas vidas solitarias llenas de recuerdos habrá en muchos faros y no faros.

Jack of Hearts dijo...

siempre genial. esta vez creo que sí entiendo la historia perfectamente.

Quejio dijo...

El Faro...

Y las almas que habitan en su busca.

Extraordinario texto.

Besos lunáticos.

BLUEKITTY dijo...

Siempre los faros me dieron algo de nostalgia, los asocio con la soledad supongo. Lindo texto.

saluditos.

Julián Nailes dijo...

Bello :)

Chapó ;)

Abrazozz

anis dijo...

adoro los faros!

Principito Desencantado dijo...

Extraordinario. Vidas solitarias q de vez en cuando se cruzan entre sí y luego, otra vez, la nostalgia...