Supongo que si aquel bar de Lavapies hubiese estado más lleno cuando estrené el abrecartas que robó Markus para mí de aquel museo inglés, alguien habría escuchado, saliendo del baño de mujeres, los gritos del tipo que se retorcía entre mis brazos, y entonces el camarero habría llamado a la policía. Pero no fue así, y mientras la sangre iba sobrepasando los pliegues de su camisa, como un corredor de obstáculos exhausto ante las últimas vallas, yo, que también llevaba camisa, solo podía pensar en que el color de la escobilla del váter era perfecto. Por eso cuando le dejé sentado en el suelo y me empecé a pintar los labios frente al espejo, tampoco podía dejar sonreír y agradecer a algún dios de la mitología griega, que no sobrase nadie al otro lado de la pared, y que la burbuja acústica que formaba la poesía de las voces de Alan y Markus, insonorizara la distancia entre mis huesos y las ruinas de Carabanchel.
Pero siempre hay una gota que salta, o un fallo de cálculo en la velocidad del fluido en el aire, por eso suelo llevar conmigo un broche, que vuela imperdible sobre mi ropa de gota a gota roja. Después basta con lavarla a mano con agua oxigenada. Markus ese truco no lo sabía. Es de las pocas cosas que puedo enseñarle después de haber pasado con él días enteros desnuda.
Cuando nos alejamos de allí pensé que la primera vez que matas a alguien resulta casi tan excitante como la primera vez que gritas en la parte del medio de un coche. En un coche en general, vamos. Y tan peculiar como la primera vez que saltas al hipódromo y te subes al caballo número 7 mientras en tu cabeza, o en la de un par contando con la tuya, suena la pista número 5 de aquel disco, siendo únicamente el personal de seguridad quien piensa que ha terminado la partida. La primera vez que matas a alguien, es mejor que no sea de quien estás enamorado.
Al llegar a casa vivos, Markus y yo, hicimos el amor.
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A Teresa, María e Iván,
por estar allí, sentados
a la izquierda de mi izquierda.
A David, por su corbata,
su miedito y sus bestiales
quince lámparas de araña.
Y a Roberto por el aire,
la calle de la Esgrima,
los días con errata
y todo lo demás.
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26-11-08
11 comentarios:
Ayer mismo estuve en una cafeteria de Lavapies, con un chocolate suizo humeante calentandome las manos a través de la loza :)
Me gusta como suenan las palabras "Lavapies" y "Carabanchel"... me gustan insertas en este relato asesino. Y, ay de mí, me gusta esta fría asesina, que mata como si de follar se tratase... a lo mejor ( o lo peor) por eso mata.
(y tú, guapa, no vayas dando ideas con eso de la primera vez :)
Te abrazo sólo si estás sin el abracartas en la mano... :) O, ahora sí que sería rojo rojo el abrazo.-
Son las cinco menos diez de un jueves..que parece la espiral de un caracol que se retuerce...
Las palabras retorcidas, y las primeras veces siempre saben mejor si hay sangre derramada de algún lado...si hay mariposas volando...y si hay flujos de aire inesperados...
A la izquiera de tu izquierda siempre... siempre un poco mas roja...roja, como tú...
Tú... tan tremenda...
Y eso que Malatesta era el villano de Alatriste...
pero qué magia tiene Madrid....
TE QUIERO rojita ^^
Estas cosas así en primera persona y escritas con tanto dealle... DAS MIEDO. jjajajaja.
En serio me gustó mucho.
CYBRGHOST
lo bueno es que cuando el amor termina, y puedes volver al punto uno del texto :)
(y ten por seguro que algún día termina)
al fin y al cabo, amores que matan... =)
Me ha gustado bastante, y es inquietante que lo que más me guste sean los relatos sobre la muerte. ¿Qué me pasa, doctor?
Un beso
Nunca pensé que diría esto pero los asesinatos le sientan muy bien. Yo conozco a un Markus, quizá sea la misma persona...
Besos, muchos
Hmmm, un blog interesante... le prestaré atención.
Besos de lobo
PD; Chaouen? vaya,vaya, vaya...
Genial. Cada día que pasa disfruto más de tus textos...
Un fuerte abrazo desde el Otro Lado.
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